A pesar de que yo siempre me había inclinado por creer que todos los acontecimientos de Medjugorje eran ciertos, nunca sentí la necesidad de ir hasta allí y, probablemente, no hubiese ido nunca de no haber mediado “la invitación de
Antes de mi partida hacia Medjugorje habían llegado a mis oídos todo tipo de comentarios, tanto buenos (“Allí se siente la presencia de la Virgen …”, “Allí se encuentra uno con Dios…”, “La espiritualidad y la paz que hay allí es indescriptible…”, “Todo el que va allí vuelve cambiado…”), como malos (“Aquello es una secta…”, , “No está claro que aquello sea obra de Dios o del diablo…”, “Allí no quieren a los sacerdotes…”, “No es Iglesia ya que las apariciones no están aprobadas por el Vaticano…”).
A la vista de todo ello decidí ir sin ningún prejuicio, ni para bien ni para mal. Pero eso sí, con el corazón abierto, dispuesto a recoger todo lo que fuese surgiendo ante mí.
Una vez allí me llamó la atención que, salvo las explicaciones de las guías sobre el desarrollo de las primeras apariciones y la aparición mensual a Mirjana en la Cruz Azul , todo lo relativo a las apariciones y los videntes queda relegado a un segundo plano. Aunque en Medjugorje todo tiene su origen y está indisolublemente unido a los hechos “sobrenaturales” que allí ocurren, éstos pasan prácticamente desapercibidos en el acontecer diario. En Medjugorje se respira por todas partes, y por encima de cualquier otra cosa, Iglesia Católica. En la aldea todo el protagonismo se lo llevan las celebraciones parroquiales (Rosario, confesiones, eucaristía y adoraciones), el rezo del Rosario en la subida al Pobrdo y el rezo del Vía Crucis en la subida al Krizevac.
Me resultaron llamativas la devoción con que se vive la eucaristía, el afán con que se busca la confesión, la piedad con que se reza el Rosario y la emoción a flor de piel con que se adora a Jesús en el Santísimo Sacramento, todo ello en actos religiosos multitudinarios inmersos en silencios propios de una pequeña capilla monacal.
En cada uno de los actos y en cada recinto de oración se pueden apreciar a personas de todas las razas, de multitud de países y diversidad de lenguas orando y adorando a un mismo y único Dios. Todas ellas formando un todo en el que se palpa la universalidad y catolicidad de la Iglesia en su máxima expresión.
Oración, oración y más oración, complementada con adoración y meditación. Por mi experiencia allí podría decir que una estancia en Medjugorje es como unos ejercicios espirituales pero “a lo bestia” en los que se produce una renovación espiritual en la que el alma se llena de paz y se siente más cerca de Dios.
Manuel Arrebola
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